TRANCO IV
Hace un tiempo me ocurrió algo verdaderamente notable que me apetece contar aquí:
Decidí
pintar un cuadro de una vieja pared blanca y desconchada, con algunas
grietas y una alcayata de la que pendieran las tres calabazas atadas con
un cordel que tengo en el estudio.
Sobre
las dos fui a comer dejándolo abocetado. Al regreso, me quité la
chaqueta y aún con el sombrero en la mano, a punto de colgarlo en el
respaldo de la silla, miré el cuadro... y me quedé de una pieza, con los
ojos como platos y la boca abierta, alelado, estupefacto: una de las
grietas se había agrandado, como si traspasara el cuadro, ¡y ahí estaba
él, con sus vivos colores, mirándome sonriente!
Poco a poco fui recuperándome y la infinita sorpresa se fue trocando en enfado:
- ¡A buenas horas te presentas tú -le dije tirando el sombrero al suelo- llevo
esperándote desde mi niñez!
- La culpa es tuya por haber crecido tan deprisa -me contestó encogiéndose de
hombros-.
- ¿Cómo? ¡He tardado más de sesenta años en llegar hasta hoy y dices que he
crecido muy deprisa! ¡Estás de broma, tú!
- ¿Y no es cierto que te han pasado muy deprisa? -me respondió maliciosamente-.
Estás viejo -añadió mirándome de hito en hito-.
- ¡También lo estás tú! -le respondí molesto-.
- No, yo no estoy viejo: soy viejo. Viejo como la sabiduría, como el amor, como la idea,
como el mundo.
Decidí
no seguir con el combate dialéctico porque vi que llevaba las de
perder. Me quedé callado, contemplando aquella figura con la que tantas
veces había soñado de niño y que ahora, inopinadamente, había irrumpido
en medio del cuadro.
Al
cabo, dio un saltito, hizo un gesto con sus manos y en una de ellas
apareció una esfera transparente, que yo reconocí a pesar de no haberla
visto nunca.
- Te he traído un presente -me dijo con una sonrisa que yo sabía que era para hacerse
perdonar por el retraso- ¿Lo quieres?
Acerqué mis manos para tomarlo pero cuando ya lo rozaba cambié de opinión.
- No. Voy a hacer otra cosa: colgaré este cuadro en la habitación de una niña que acaba
de nacer. Quiero que te vea cada mañana y cada noche. Porque mucho antes de que
su cabecita empiece a descifrar cada rasgo, mucho antes de que averigüe quién eres
y para qué sirves, irá captando tu esencia. Y cada día podrá aceptar tu ofrenda.
Así que le regalé el cuadro a mi nieta Neu.
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