viernes, 17 de febrero de 2012

TRANCO XIII



GALERÍA DE RETRATOS




AUTORRETRATO / óleo sobre lienzo / 1983



mi esposa MAURI / óleo sobre lienzo / 1984




mi esposa MAURI / óleo sobre lienzo / 1987



Un gran amigo, pintor, vino a Ibiza en Agosto del 82 pertrechado con su caballete y caja de óleos dispuesto a pintar y vender los cuadros que realizaba por las calles. Cuando se marchó ya sabía que los turistas no compran cuadros.
Le dibujé este retrato.


CARLOS CHACÓN / ceras sobre papel / 1982


A los tres años le escribía esta carta póstuma para el diario Puerta de Alcalá, después de que un camión me lo matase mientras cambiaba una rueda pinchada:



Querido Carlos, estoy sentado frente a tu cuadro en el que acabo de escribir la dedicatoria. Ya está terminado.
Cuatro días antes sonó el teléfono y Pepe Quijada me lo dijo. Aún no habían pasado tres horas y ya estaba frente a la tela blanca, alucinado, sin poder entender lo que pasaba, sintiendo sólo el apremio de complacerte y en el latido de mis sienes los versos del poeta del que tanto hemos hablado: “Quisiera ser, llorando, el hortelano…”  Mi casa era una campana de silencio y mis hijos desviaban la mirada, azorados, porque nunca antes habían visto mis lágrimas.
¡Qué dolor de cuadro, Carlos!, ¡cuánto dolor te has ahorrado, muchacho!
Fue en el estudio que tenías cerca de la estación, hace más de quince años, y se te ocurrió a ti: “Cuando uno de los dos muera, el que quede le pintará un retrato y lo expondrá en la ciudad del otro”. Y te quedaste tan ancho. Luego nos pasamos la tarde haciéndonos bromas sobre quién pintaría a quién. Tiempo después me enseñabas las rejas que nuestro amigo Jesús hizo para la Casa de la Entrevista y me dijiste: “Lo quiero aquí”. ¿”El qué”? “Mi retrato”. “¡Anda y que te zurzan!, te he pintado ya dos retratos y no pienso pintarte más”.
Por entonces yo vivía en Alcalá y algunas cosas eran nuevas y otras estaban muy lejos. O así nos lo parecía.

No deja de ser curioso, Carlos, que nuestra amistad llegara a ser tanta. Tanto era nuestro mutuo conocimiento que en multitud de ocasiones uno comentaba sobre lo que estaba pensando el otro. Incluso dejamos de jugar a los barcos porque nos los encontrábamos mutuamente “por composición”, y es que cada uno sabía la forma de componer las masas que tenía el otro; hasta tal punto era así que cuando “descomponíamos” expresamente, no tardábamos en darnos cuenta del truco y también los encontrábamos. Y digo que es curioso porque, si te paras a pensar, tú eres de tierra adentro y yo de donde la tierra acaba y empieza el mar; tu mirada hecha a los ocres y sienas del páramo y la mía a los verdes y azules de la costa; tú ibero y yo fenicio. Ya me explicarás. Y, sin embargo, tu temperamento era más mediterráneo que el mío (sí, ésa debe de ser la clave, o, al menos, una de ellas).
Eras el hombre de Machado, ése que hizo un jardín junto al mar y cuando ya estaba en flor “se fue por esos mares de Dios”.
Porque debes reconocer que en el supuesto de que hubieses plantado un jardín, quizá -y no estoy muy seguro- hubieras esperado a que floreciese; pero ni una flor hubiera marchitado estando tú aún allí. Tus ojos, de corte tristón y profundas pupilas, estaban constantemente animados por nuevas vivencias. Tus sentidos se electrizaban ante cualquier proyecto (¿te acuerdas de cuando quisimos comprar un pueblo abandonado de la Alcarria para fundar una comunidad de artistas?).
Pero lo que te atraía sobre todas las cosas era trabajar en algo que supusiese una ayuda para otros; eso te pirraba, Carlos. Por más que ya me lo dijiste una vez: “No me disgustaría ser una especie de misionero”. En el fondo, eras un místico. Aquellos cuadros tuyos de largas figuras en la noche proyectando la fría sombra de la luna, todo en gris azulado y sepia, hablaban por ti.
Quince años atrás te dije que no volvería a pintarte, pero lo hice por tercera vez.
Fue un apunte a la cera en agosto del 82. Viniste a Ibiza dispuesto a vender un montón de cuadros para tener dinero en el invierno. Creías que los turistas compraban arte y cuando te marchaste ya sabías que sólo compraban hamburguesas. Pero no te salió mal del todo porque el Diario de Ibiza me encargó aquel stand para la primera Feria de Muestras de la Isla, y lo hicimos juntos. Luego nos reiríamos con aquella anécdota de la princesa Smilja que nos llamó patanes porque no le permitimos que colgara la fotografía de su muy amiga Úrsula Andress, ¿te acuerdas?
Volvimos a nuestras largas conversaciones interrumpidas desde varios años antes, cuando dejé Alcalá para volver a Barcelona. Y volvimos, ¿cómo no?, a tener otra discusión sobre pintura a raíz del cuadro que me regalaste. Yo no estaba de acuerdo con el negro con que pintaste el cielo y acabamos –otra vez- dándonos mutuamente por inútiles. No quise colgarlo esperando convencerte en otra ocasión. Ahora ya no ha lugar a la espera y por eso lo he colgado; pero no tienes razón, que conste.
Para discusiones fuertes, las que tuvimos en el Tercio pintando aquel mural para la Misión de Sidi Ifni en el que representamos el bautismo de Jesús. La mitad de la derecha la pintabas tú y la de la izquierda, yo. Pero a medida que llegábamos al centro las disputas menudeaban y ya al final, cuando el color de la túnica de tu último personaje no ligaba con la del mío, la discusión fue tan larga y tan fuerte que nos pasamos dos días pintando codo con codo sin dirigirnos la palabra.
 Al cabo, fui una noche a cambiar mi color y vi con asombro que tú ya habías cambiado el tuyo por el que yo te decía. Entonces pinté mi túnica con el color que tú querías y volví a pintar la tuya con el color que tenía antes. A la mañana siguiente nos dirigimos en silencio hacia la Misión esperando cada uno la sorpresa del otro. Ya en la puerta, me entretuve para que tú entrases primero. Y saliste con fingido enfado mientras se te escapaba la risa por debajo del bigote: “¿Pero tú eres gilipollas?”.
Aquél asunto del mural dio pie a la anécdota más chocante de cuantas vivimos en la Legión. Durante los meses que hicimos durar la obra no habíamos conseguido que te rebajasen de trabajos para ir a pintar porque, incomprensiblemente, la orden no había llegado a tu compañía y teníamos que insistir a cada sargento de semana para que comprendiese que el pase que le mostrábamos era para salir del acuartelamiento a la misma hora en que él se empeñaba en que hicieses instrucción o limpiases el arma. Esa tortura duró hasta el día siguiente -¡justo hasta el día siguiente!- de haberlo terminado, en el que, al pasar lista, tu asombro no tuvo límites cuando oíste: “Chacón, a pintar”. Por los ojos del sargento salían centellas cuando tímidamente respondiste: “Es que el mural lo hemos terminado y ya no tengo pase, mi sargento”. El grito de aquél hombre al que habíamos estado complicando la vida cada semana que entraba de guardia, no admitía apelación: “¡¡Aquí dice que tú tienes que ir a pintar y te vas a pintar!!” Y hasta que volvieron a cambiar la orden andabas escondiéndote por el acuartelamiento para que no te vieran ocioso, porque si te pillaban estabas listo.
De nuestra estancia allí hubo momentos divertidos, pocos; entrañables otros, como el domingo que inauguramos nuestra exposición y yo no podía salir a celebrarlo porque estaba arrestado. Cuando, cabizbajo, entré en el calabozo no daba crédito a mis ojos: tú estabas allí, sentado en el camastro y sonriéndome: le habías explicado el caso al oficial de guardia y éste, perplejo, accedió a tu deseo de pasar la noche en arresto voluntario.

De eso hace veinte años y sólo tres que lo rememorábamos en mi casa. Cuando mi mujer y yo te fuimos a despedir al aeropuerto y dijiste que volverías con tus hijos en la Semana Santa, ella me comentó viendo despegar tu avión: “Tengo ganas de que llegue Marzo para que vuelva”. Yo le dije: “Tardarás bastante más en volver a verlo”. Y se extrañó de mis palabras porque ella no podía saber que tus planes de hoy no tenían forzosamente que coincidir con tus planes de mañana; que el más elaborado de tus proyectos se podía fácilmente ir al traste si de improviso surgía un torneo de ajedrez, un viaje a la Alcarria o un tablao flamenco.
Cogías la vida tal como te venía: de bote pronto. Dejabas el trabajo para estar con un amigo; el encargo para hacer algo nuevo que acababas de imaginar; el futuro por el presente. A mí se me llevaban los diablos y te ponía verde; tú te enfadas y me decías que quién me había engañado, que en la vida había otras cosas tanto o más importantes que el trabajar. Pues bien, hombre, de acuerdo, tienes razón: es infinitamente mejor vivir el presente que sacrificarlo a un incierto futuro, un futuro que, por lo demás, puede terminar en un arcén a las cuatro de la madrugada.

Tu cuadro está acabado, querido. El cuarto y último retrato que te pinto. En él he puesto todo lo que tengo; todo lo que te quiero lo he hecho pincelada y en tu pupila he pintado la vida que sigues teniendo en los que te amamos.
Y aquí tienes también aquella carta que nunca llegué a escribirte. Hasta uno de estos días, Carlos, que el camión de cada uno puede pasar en cualquier momento.
Un inmenso abrazo.


AUGUSTO BANEGAS





Y este es el cuadro. En el margen inferior izquierdo, los versos de Miguel Hernández: "A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero.

Fue expuesto, según su deseo, en la Casa de la Entrevista como obra fuera de concurso en el PREMIO DE PINTURA CIUDAD DE ALCALÁ, certamen que Carlos y yo creamos y que ya va por su 43ª edición.


ELEGÍA / óleo sobre lienzo / 1985





PEPE QUIJADA / óleo sobre lienzo / 1992





Mi perro posó sin moverse todo el tiempo que duró el dibujo.

TRET / lápiz sobre papel / 1992





XICO BUFÍ / óleo sobre lienzo / 2003





ANTONIO TORRES FONT / óleo sobre lienzo / 2007






ELSA JUAN / óleo sobre lienzo / 2007





ENRIQUE BANEGAS / óleo sobre lienzo / 2009



NEUS FABREGAT/ óleo sobre lienzo / 2009




CARLES FABREGAT / óleo sobre lienzo / 2008





retrato institucional de PERE PALAU, presidente del Consell de Eivissa / óleo sobre lienzo / 2010




JOAN FITA / óleo sobre lienzo / 2011





mi hijo AUGUST / óleo, pastel y carbón sobre lienzo / 2010




mi hijo Marc / carbón sobre papel / 2007




mi hija política SONIA / óleo sobre lienzo / 2011






mi hija política DORI / óleo, carbón y grafito sobre papel pegado en tabla / 2011






mi hija ALBA / lápiz sobre papel / 1992





Y veinte años después


mi hija ALBA / óleo sobre lienzo / 2012




mi hijo político JORDI / óleo sobre lienzo / 2012




Pepe Tauste, un amigo pintor, era el hombre más polifacético que he conocido nunca. 
Pintaba; hacía esculturas de alambre y papel; confeccionaba cajas de acetato con escenas cinematográficas -el cine, su gran pasión- en planos superpuestos; hacía instalaciones con personajes ibicencos a tamaño natural realizados con tela y papel maché; instalaciones sobre cine; relieves en madera con sus temas favoritos (Marylin Monroe, Psicosis, Chaplin...); escribía y realizaba cortos; hacía fotografía artística; últimamente exponía cuadros digitales...  
Y nos dejó.

En este cuadro-homenaje he pintado su mundo (el por-art que tanto le gustaba, los fondos abstractos de sus cuadros, el alambre y el cine), y a su protagonista.

  
A TAUSTE / óleo sobre lienzo / 2009




JOSÉ RIERA / óleo sobre lienzo / 2012




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