ESCRITOS V
UN MAL DÍA
Mire usted, de hecho, todo ha empezado cuando
esta mañana temprano le he abierto la puerta al perro y
sin levantarse del suelo, donde me hace creer que ha pasado la noche cuando lo
cierto es que duerme en mi sillón, me ha dicho que no le apetecía salir. He vuelto a cerrarla mientras pensaba que no
tenía nada de extraño con el frío que hacía, pero que tampoco era para decirlo
así.
Luego, al sacar de la nevera la caja de
leche, me ha estornudado encima y me ha puesto perdido. La he oído argüir entre
dientes que los cambios de temperatura le sientan
fatal, pero ya me dirá usted si va uno a salir de casa con el estómago vacío.
Cuando he cogido el vaso se me ha resbalado y
casi lo estampo contra el fregadero de granito. Ha soltado un reniego y con esa
voz chirriante que ya sabe usted que tienen los vasos por las mañanas, me ha
conminado a sacudirme el sueño de las orejas con una acritud que no se la
conocía yo, y eso que es mi vaso favorito.
Y a continuación el microondas me dice que
tiene conectado el grill de cuando anoche me hice el bocadillo y que
si quiero la leche tostada, pues que adelante. Ya ve qué forma de decir las
cosas.
Mientras me tomaba mi café con leche – no
sin antes tener que cambiar la cucharilla porque la primera se sentía
indispuesta y darle dos voces al Nescafé que pretendía que me pusiera Cola Cao
– me decía que, así las cosas, era extraño que hubiera podido vestirme sin problemas, cuando el cinturón se ha
soltado y mis pantalones, que habían perdido el botón de la cintura, se vienen
abajo. Oiga, busco la mesa para dejar el vaso y trato de asirme el pantalón con
la otra mano, mientras escucho al indignado cinturón una sarta de derechos entre los que incluye el de no
aguantar la caradura de quienes van por la vida perdiendo los botones y luego
basan su estabilidad en el esfuerzo de los demás; y que si lo tengo a él para
que no se me caigan, mejor que use una cuerda. ¿Y qué se creerá que es un
cinturón, pregunto? He tenido que volver al dormitorio para cambiarme el
pantalón y al anudarme después los zapatos lo
he hecho suavemente para evitarme broncas, aún sabiendo que
al cabo de poco los llevaría desatados. ¿Lo ve? ya llevo los cordones
arrastrando.
Después he cerrado tras de mí la puerta
de la casa y me he dirigido al coche pensando en que el día no se presentaba
muy bien, cuando un carraspeo me ha sacado de mi ensimismamiento. Con ese
tonillo de quien está a la vuelta de todo, que odio, el coche me recuerda que
no he cogido su llave. Vuelta para atrás. Ya una vez dentro, le indico con un portazo
que no estoy para historias. Normal, ¿no?; pero como siempre, el hecho de haberme
advertido él unos segundos antes de que yo me diera cuenta, le ha dado alas y
se ha permitido enumerarme su lista de necesidades. Cuando iba por el engrasado
de las rótulas he metido la tercera casi sin pisar el embrague y los engranajes
han chirriado lo suyo. Se ha dado por enterado y ha dejado de darme la paliza
con sus reivindicaciones, que ya está bien.
Yo cada día entretengo el viaje recitando
poemas ¿sabe usted? Hoy le ha tocado a Lope de Vega y en ésas que digo: “De ese
modo no es locura querer curar la pasión...”, cuando usted sabe muy bien que
es: “De ese modo no es cordura...”. Y claro, al maldito de él, que se los
conoce ya de memoria, se le ha escapado una sonrisita y cuando he visto que iba a corregirme, he
hecho ademán de pasar de la quinta a la segunda en un plis plas, con lo que le
he cortado en seco tanta suficiencia. Que yo no se cómo será el suyo, pero éste
es de una pedantería insoportable. Y rencoroso como él solo. Porque yo he visto perfectamente que este
conductor venía por mi derecha y le juro que he frenado, agente. Pero éste ha
hecho ver que no se enteraba y ha seguido. Y eso que el primer perjudicado ha
sido él, que mire que abolladura; pero con tal de fastidiarme, lo que sea.
No, no me mire así, hombre ¿o es que usted
nunca se levanta con el pie izquierdo? Demasiado bueno es lo que soy, eso es lo
que pasa; ¿que la cucharilla está indispuesta? pues es su problema; ¿que el
cinturón piensa que soy un negrero? pues que vaya a su sindicato... ¿A que
usted lo hace así?
No, no, perdone, yo sólo me he bebido un café
con leche y además, si soplo por ahí luego tendré que oírme a los labios decir
que los pongo en cualquier porquería. En todo caso que sople mi coche, que mire
cómo disimula.
Y ahora le ruego que me disculpe, porque si
llego tarde al trabajo tendré problemas. ¿Con mi jefe? no, no tengo: me refiero
a mi psiquiatra, que no me pasa una. ¿Cómo que si al trabajo o al psiquiatra?
Oiga, está usted un poco ido esta mañana, ¿no? ¡Ya entiendo!, su gorra de plato le ha
confesado que en realidad es una sopera de porcelana de Sévres venida a menos y
usted no sabe si creérselo, como si lo viera. Tenga
mi tarjeta y venga a mi consulta: lo averiguaremos.
A. BANEGAS
********************