sábado, 8 de septiembre de 2012

ESCRITOS V


UN MAL DÍA

Mire usted, de hecho, todo ha empezado cuando esta mañana temprano le he abierto la puerta al perro y sin levantarse del suelo, donde me hace creer que ha pasado la noche cuando lo cierto es que duerme en mi sillón, me ha dicho que no le apetecía salir. He vuelto a cerrarla mientras pensaba que no tenía nada de extraño con el frío que hacía, pero que tampoco era para decirlo así.
Luego, al sacar de la nevera la caja de leche, me ha estornudado encima y me ha puesto perdido. La he oído argüir entre dientes que los cambios de temperatura le sientan fatal, pero ya me dirá usted si va uno a salir de casa con el estómago vacío.
Cuando he cogido el vaso se me ha resbalado y casi lo estampo contra el fregadero de granito. Ha soltado un reniego y con esa voz chirriante que ya sabe usted que tienen los vasos por las mañanas, me ha conminado a sacudirme el sueño de las orejas con una acritud que no se la conocía yo, y eso que es mi vaso favorito.
Y a continuación el microondas me dice que tiene conectado el grill de cuando anoche me hice el bocadillo y que si quiero la leche tostada, pues que adelante. Ya ve qué forma de decir las cosas.
Mientras me tomaba mi café con leche – no sin antes tener que cambiar la cucharilla porque la primera se sentía indispuesta y darle dos voces al Nescafé que pretendía que me pusiera Cola Cao – me decía que, así las cosas, era extraño que hubiera podido vestirme sin problemas, cuando el cinturón se ha soltado y mis pantalones, que habían perdido el botón de la cintura, se vienen abajo. Oiga, busco la mesa para dejar el vaso y trato de asirme el pantalón con la otra mano, mientras escucho al indignado cinturón una sarta de  derechos entre los que incluye el de no aguantar la caradura de quienes van por la vida perdiendo los botones y luego basan su estabilidad en el esfuerzo de los demás; y que si lo tengo a él para que no se me caigan, mejor que use una cuerda. ¿Y qué se creerá que es un cinturón, pregunto? He tenido que volver al dormitorio para cambiarme el pantalón y al anudarme después los zapatos lo he hecho suavemente para evitarme broncas, aún sabiendo que al cabo de poco los llevaría desatados. ¿Lo ve? ya llevo los cordones arrastrando.
Después he cerrado tras de mí la puerta de la casa y me he dirigido al coche pensando en que el día no se presentaba muy bien, cuando un carraspeo me ha sacado de mi ensimismamiento. Con ese tonillo de quien está a la vuelta de todo, que odio, el coche me recuerda que no he cogido su llave. Vuelta para atrás. Ya una vez dentro, le indico con un portazo que no estoy para historias. Normal, ¿no?; pero como siempre, el hecho de haberme advertido él unos segundos antes de que yo me diera cuenta, le ha dado alas y se ha permitido enumerarme su lista de necesidades. Cuando iba por el engrasado de las rótulas he metido la tercera casi sin pisar el embrague y los engranajes han chirriado lo suyo. Se ha dado por enterado y ha dejado de darme la paliza con sus reivindicaciones, que ya está bien.
Yo cada día entretengo el viaje recitando poemas ¿sabe usted? Hoy le ha tocado a Lope de Vega y en ésas que digo: “De ese modo no es locura querer curar la pasión...”, cuando usted sabe muy bien que es: “De ese modo no es cordura...”. Y claro, al maldito de él, que se los conoce ya de memoria, se le ha escapado una sonrisita y cuando he visto que iba a corregirme, he hecho ademán de pasar de la quinta a la segunda en un plis plas, con lo que le he cortado en seco tanta suficiencia. Que yo no se cómo será el suyo, pero éste es de una pedantería insoportable. Y rencoroso como él solo. Porque yo he visto perfectamente que este conductor venía por mi derecha y le juro que he frenado, agente. Pero éste ha hecho ver que no se enteraba y ha seguido. Y eso que el primer perjudicado ha sido él, que mire que abolladura; pero con tal de fastidiarme, lo que sea.
No, no me mire así, hombre ¿o es que usted nunca se levanta con el pie izquierdo? Demasiado bueno es lo que soy, eso es lo que pasa; ¿que la cucharilla está indispuesta? pues es su problema; ¿que el cinturón piensa que soy un negrero? pues que vaya a su sindicato... ¿A que usted lo hace así?
No, no, perdone, yo sólo me he bebido un café con leche y además, si soplo por ahí luego tendré que oírme a los labios decir que los pongo en cualquier porquería. En todo caso que sople mi coche, que mire cómo disimula.
Y ahora le ruego que me disculpe, porque si llego tarde al trabajo tendré problemas. ¿Con mi jefe? no, no tengo: me refiero a mi psiquiatra, que no me pasa una. ¿Cómo que si al trabajo o al psiquiatra? Oiga, está usted un poco ido esta mañana, ¿no? ¡Ya entiendo!, su gorra de plato le ha confesado que en realidad es una sopera de porcelana de Sévres venida a menos y usted no sabe si creérselo, como si lo viera. Tenga mi tarjeta y venga a mi consulta: lo averiguaremos.

A. BANEGAS





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