viernes, 7 de septiembre de 2012

TRANCO XXV


CRÍTICA

Siempre he abominado de los críticos de arte que usan la obra de un pintor como soporte para su lucimiento literario que, por lo general, es una amalgama de conceptos incomprensibles, hipérboles, retruécanos, palabras inventadas (eso les encanta) y demás jerigonzas cuyo resultado es una crítica que deja al lector sin entender nada, y al pintor pasmado y preguntándose que de dónde demonios habrá sacado todo eso porque de sus cuadros no, desde luego.
Lo único que el artista saca en claro es que la crítica deja muy bien a su obra y barrunta que el hecho de que haya servido al escribiente para soltar su perorata tal vez no sea ajeno al elogio. De esas tengo algunas.

Y hay críticos que también dejan asombrado al pintor pero, en este caso, por su capacidad para adentrarse en la obra y en su autor. Leen los cuadros como si en lugar de pintados estuvieran escritos. A través de ellos son capaces de diseccionar el pensamiento de su creador, sus anhelos y sus frustraciones. Sus críticas obligan al pintor a analizarse, le obligan a aprender.
A este segundo grupo pertenece Mª Elena Morató, de quien muestro la crítica que realizó a varios de mis cuadros: 




Banegas es orgánico; muy racional, pero orgánico. La fuerza de la tierra emerge de sus obras a pesar de toda una estructuración formal que la ordena y canaliza. El movimiento, la vitalidad de fondo, se presentan vestidas, en cierto modo enmascaradas por una contención fruto de la racionalización a que ha sometido sus sentimientos. Si tenemos alguna duda, sólo debemos acercarnos a las claves que nos proporcionan los títulos de sus obras: “Metamorfosis”, “Paisaje con olivo y viento”, “El árbol de mi sangre”... Estos títulos, con clara vocación poético-literaria, delatan lo que las apariencias pretenden camuflar, a veces sin que ni siquiera el autor sea consciente de ello.

La elegancia y la pulcritud de las formas, de la ejecución sabia y maestra (su manera de trabajar y conjugar los tonos, las depuradas técnicas empleadas) son la apariencia de lo equívoco, una paradoja....pero una paradoja que es verdadera, que nace de algo real. O mejor aún, la síntesis de contrarios, la fusión de lo dispar: contención por fuera, explosión por dentro.  Esa apariencia de abstracción, esa pátina de mesura extrema, es en realidad una necesidad de su naturaleza, un conjuro a sus colores, a sus formas caprichosas.



La vida y el sentimiento son canalizados en formas aparentemente reposadas, cuya pulsión es aparentemente controlada... sí, sólo aparentemente controlada, porque el sentimiento, aunque quizá lo pretenda, no puede someterlo al raciocinio del creador mental, quedando libre (¿a su pesar?) gracias al apasionamiento del artista.
En efecto, lo racional es sólo un vestido en la obra de Banegas. Un juego mental, inteligente, exquisito y equilibrado que arropa un irrefrenable instinto vital pictórico.
Banegas es dual, y en esa dualidad a veces se debate como en un duelo de caballeros.
Sin embargo, no creo que deba debatirse. Jugar, quizá sí. Aventurar, experimentar. Al fin y al cabo la profesionalidad del autor puede enfrentarse a cualquier cosa que descubra como artista.
El equilibrio de su yo pictórico, ese es el reto al que Banegas se enfrenta.  Porque la mano (tan diestra en él) debe responder tan sólo a ese yo.

Mª Elena Morató
Marzo de 2002