viernes, 3 de febrero de 2012

ESCRITOS I



La idea inicial de este blog era presentar mi pintura y que fuera, además, una galería virtual de venta.
Pero poco a poco se ha ido convirtiendo en una exposición de mí mismo, de lo que hago.
Y como además de pintar me gustan otras cosas, por ejemplo escribir relatos cortos, me pregunto si vendría al caso incluir alguno. Sospecho que si estoy escribiendo esto es porque ya me he respondido, aunque no esté del todo convencido.
Con ocasión de un dibujo que incluyo en la entrada EL PORQUÉ -una caricatura mía que me dibujé a guisa de deshogo cuando no me salía un cuadro-, digo: "Dibujado con el engendro (el ordenador, para que nos entendamos)". Y se me ocurre mostrar un texto que escribí sobre mi relación con este artilugio: relación amor-odio donde las haya.



HOMO SAPIENS


Domingo por la tarde. Gris. Silencio; sólo el leve zumbido del ordenador.

La rayita del cursor parpadea incesantemente en la pantalla en un ardid electrónico para incitarme a escribir una letra tras otra, es insaciable.
Y podría ocurrir que cuando haya conseguido exprimirme el cerebro en mi hipnótica necesidad de satisfacerla, se negara a registrar en sus complejos circuitos el fruto de mi esfuerzo. Entonces -eso sí- tendría el detalle de hacérmelo saber arguyendo cualquiera de las mil excusas, a cual más críptica, por la que le es imposible cumplir mi orden. Pero en realidad se trataría de una decisión.

El estudio ha quedado en penumbra, sólo iluminado por la luz de la pantalla.
Al zumbido de la máquina le faltan un par de alas para que pueda espantarlo como a una mosca o, en un alarde de reflejos, atraparlo y estamparlo contra el suelo. Entonces el engendro se quedaría mudo y yo sonreiría con la suficiencia del homo sapiens, el predador cercado por complicadísimas máquinas al que no queda otra opción de dominio sobre ellas que el darles caza; así, el aparato se percataría del calibre de quien tiene enfrente y abandonaría su arrogancia. Pero tal vez lo sabe ya y es por eso que su zumbido no tiene alas.

Cuando desvío la mirada del luminoso rectángulo blanco en un esfuerzo por zafarme a su influjo y me abstraigo en mis pensamientos, la pantalla se apaga en una reacción de despecho y me deja completamente a oscuras. Entonces pienso en la necesidad de encender la luz, pero para encontrar el interruptor debo activarla de nuevo. Cuando se sabe requerida, se ilumina intensamente y me hace olvidar la lámpara. Creo que me domina; tendré que buscar la forma de darle caza.

Domingo por la noche. Negro. Silencio; sólo un leve zumbido sin alas

A. BANEGAS.